Foto: Heart Industry |
Hoy inicio este artículo de nuevo con un dato obtenido del informe de CONEVAL: En México ocho de cada 10 adultos mayores vive en la pobreza ya sea por falta de ingresos, por tener carencias sociales o por diversos factores (el 50% es por esta razón); cuatro de cada 10 viven en una pobreza que yo podría decir, es insostenible. De acuerdo a CONAPO, para el 2050 uno de cada cuatro mexicanos será adulto de la tercera edad; no quiero entonces ni pensar en el silogismo que diría algo así como: por lo tanto en México en el 2050 la pobreza ligada a la vejez será una avalancha que nada podrá detener y que con el paso de los años empeorará.
Llegar a la tercera edad en México, retirarse del trabajo y convertirse en pensionado es una pesadilla que muchos de nuestros abuelos y padres viven hoy en día.
Una ciudad que aspira a ser sustentable, debe ser una ciudad inclusiva y para ello la ciudad debe adaptarse urbanística, social, económica y culturalmente para dar cabida a las personas con capacidades diferentes, a las minorías, a los adultos mayores.
Un ciudad inclusiva se define formalmente como: "aquella donde cualquiera, independientemente de su condición económica, edad, sexo, raza o religión, puede permitirse participar positiva y productivamente en las oportunidades que ofrece la ciudad" (Hábitat, 2000)
Hoy, nuestros adultos mayores, tienen pocas oportunidades de participar productiva y positivamente en la dinámica de nuestras ciudades. En primera instancia, porque sus ingresos se reducen y sus gastos muchas veces incrementan por problemas de salud, por tener que reparar con más frecuencias sus viviendas que ahora son viejas o incluso por tener que hacer adaptaciones en las mismas por cuestiones de movilidad. Aunado a esto viene el problema de abandono que se da con frecuencia en muchas familias y por último la existencia de pocas oportunidades recreativas, educativas y laborales para ellos.
Celebro que las cadenas de supermercados puedan ofrecer empleo para adultos mayores aunque lo idóneo es que el sistema les garantizara que pueden vivir dignamente sin trabajar; celebro también a las empresas que contratan a personas mayores como asesores y consultores, su sabiduría es invaluable aunque en occidentes nos dediquemos a degradarla; celebro a quien consulta a un médico mayor por considerar que su experiencia vale más que cualquier antibiótico de cuarta generación, celebro a la Delegación Benito Juárez en el D.F. que desde hace dos años abrió con éxito la Universidad de la Tercera Edad y en unos días abrirá la segunda sucursal.
Condeno a las empresas que despiden a la gente a causa de su edad, a los familiares que olvidan a sus viejos, al gobierno que los archiva como si no tuvieran utilidad alguno, a los trámites y tiempos de espera inhumanos que están ligados a cobrar el fondo de retiro. Condeno también a las líneas de autobuses que sólo ofrecen dos descuentos por viaje para adultos mayores (los cuales casualmente siempre están ya vendidos) y a el sistema corrompido, abusivo e inhumano que no permite que al llegar a cierta edad disfrutemos del fruto de años de trabajo sin preocuparnos por cómo le haremos para recibir atención médica de calidad, por qué comeremos y por quién nos acompañará.
Ante esto, no es de sorprender que de acuerdo a la evaluación "Randstad Workmonitor" elaborada por la consultoría internacional en recursos humanos Randstad Holding, en México, 70% de las personas desearía poder postergar su retiro lo más posible.
La ciudad inclusiva siempre compite con la obsesivamente productiva: es hora de pensar que en este momento somos valiosos y cotizados por todo lo que producimos pero que tal vez en algunos años más nuestras urbes nos manden al archivo muerto estando aún en vida.
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