La vuelta al mundo

Imagen: Pablo Berlasconi (Autor e ilustrador infantil)

Me siento muy afortunada de poder vivir por una temporada en un país que no es el mío, en una ciudad que no me vio crecer y en una comunidad con hábitos y costumbres que muchas veces son aún un misterio para mi. El día a día a veces es complicado porque no se dónde se compran algunas cosas, cómo funcionan los servicios, donde hay un zapatero, cómo funciona lo del dentista y qué quieren decir muchas palabras que oigo en la calle a veces dirigidas a mi.

La fortuna radica precisamente en esas complicaciones: hoy tengo la oportunidad de aprender sobre otras formas de organización, sobre otras costumbres, sobre otros estilos de construcción, sobre otra perspectiva ciudadana. A lo lejos muchos países, muchas ciudades nos parecen mejores o peores que el nuestro pero la realidad es que no podemos decir qué tan verde es el pasto del vecino hasta que lo pisamos.

Cuando no existe la posibilidad de una mudanza, entonces están los viajes. Convertirse en un turista-investigador puede resultar apasionante y por supuesto, edificante. Darle la vuelta al mundo nos obliga a regresar a nuestra casa con lo mejor de cada sitio.Y si no hay mudanza, ni viaje, ni presupuesto para darle la vuelta al mundo, entonces queda la magia de los libros.


Los libros son capaces de llevarnos tan atrás en el tiempo como queramos para luego regresar sobre nuestras huellas despacito, paso a paso, disfrutando cada episodio y quedándonos con lo mejor de cada época. Los libros pueden también llevarnos a vivir a otra ciudad, a una antigua civilización, a nuestra misma ciudad pero hace 50 ó 100 años. Los libros pueden contarnos del léxico de otro pueblo, de las costumbres de otro país, de los problemas de otra ciudad, de las angustias de otra familia, de las alegrías de otros niños.

Poco antes de mudarme a Uruguay una querida amiga mitad mexicana, mitad peruana me prestó un maravilloso libro de Luis Pescetti; lo disfruté tanto que quise tener un ejemplar para mi y otros más para regalar  así que me di a la tarea de buscarlo en las librerías grandes, pequeñas, famosas, incógnitas y ¡nada! nunca lo conseguí; supuse que estaba agotado. Llegando a Uruguay encontré a los escritores uruguayos, a los argentinos, a los chilenos... poco de los mexicanos, de los guatemaltecos.

He querido también comprar libros electrónicos en sitios españoles, mexicanos, ingleses y siempre tengo la misma respuesta fría y triste de mi monitor: "no es posible completar la compra desde su geografía".

Hoy ya se que son pocos los libros que tienen el motor instalado (y financiado) para darle la vuelta al mundo; y que esa vuelta a veces no se completa porque algunos países deciden no recibirlos (como lo ha decidido recientemente Argentina) o porque no hay quien los traduzca o quien pague porque se haga; es una pena... los libros son la forma más humana y auténtica de comunicarnos entre los pueblos; pueden ser incluso una hermosa forma de llevar el desarrollo de un país más afortunado a otro que no lo ha sido tanto.

El periodista Carlos Soria Galvarro en su ponencia titulada "Los libros que leía el Ché" dice:
"Suele decirse por error que los hombres de acción, eminentemente prácticos, desprecian las teorías. Por tanto son muy poco aficionados a la lectura y nada amigos de los libros. No hay tal. La vida está plagada de ejemplos en contrario.
Los grandes transformadores de la humanidad, aquellos que dejaron huellas en su paso por la historia, fueron por lo general asiduos lectores y amantes de los textos, independientemente del soporte material donde hayan estado escritos, sea éste la piedra, el papiro, el bambú, la madera, la arcilla, el pergamino, el códice manuscrito o el libro impreso en papel. Ahí están para la muestra: Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte, Simón Bolívar o Ernesto Che Guevara".
Ya sea en formato electrónico o en cajas que viajan en barco, los libros deben recorrer el mundo; sus páginas son testimonios de cómo se vive en otras geografías y todos tenemos el derecho a leerlos.




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